miércoles, 2 de noviembre de 2016

¿En qué se parecen un médico y un arquitecto?

Todos imbéciles. Siempre olvidan la escalera de las casas”. Así definía Flaubert la palabra arquitecto en su Diccionario de tópicos. Y así -a falta de la voz médico, que no sale-, definía la palabra medicina: “Burlarse de ella cuando se está bien”. Lo primero es obviamente una boutade. Lo segundo, sin embargo, tiene mucho de verdad de Perogrullo, es decir, de verdad.
Lo curioso es que donde dice medicina tal vez cabría decir también arquitectura, una disciplina de la que, efectivamente, una sociedad tiende burlarse cuando todo va bien. Aunque pague su derecho a la risa a precio de oro mediante sus impuestos. Todo cambia cuando la salud se quebranta y se busca arquitectos que no traten de cerrar las heridas con bótox.
Dedicadas a intervenir, sanear y suturar, la arquitectura, el urbanismo y la medicina tienen más en común que el simple léxico (que es todo menos simple: ya conocemos el resultado de las metáforas médicas aplicadas, por ejemplo, a la política). En su último ensayo, La Nueva Ilustración. Ciencia, Tecnología y Humanidades en un mundo interdisciplinar(Edicones Nobel), el físico e historiador de la ciencia José Manuel Sánchez Ron rastrea la relación entre disciplinas recurriendo a la anécdota y a la categoría.
Por el lado anecdótico, recuerda cómo para bautizar un nuevo macrocompuesto químico del carbono se creó el término fulereno (o fullereno) por el parecido de su geometría con la de las cúpulas geodésicas de Buckminster Fuller. O se detiene en los tiempos en que alguien como Christopher Wren podía, en el siglo XVII, no solo proyectar la catedral de San Pablo en Londres sino trabajar como matemático en el problema de Kepler, realizar como fisiólogo experimentos sobre la transfusión de sangre o enseñar astronomía en Oxford.
Por el lado de las categorías, entretanto, Sánchez Ron establece un paralelismo entre medicina y arquitectura que va más allá de su vocabulario compartido. “En algunos aspectos”, dice, "la arquitectura se asemeja a la medicina. Esta se mueve entre la ciencia y la técnica, pero no se puede reducir a ambas, ya que al ser su objeto las personas, su salud, debe adentrarse también en los alambicados territorios de la psicología, e incluso de la ética. Algo del estilo se puede decir de la arquitectura, en la que su innegable dimensión artística se fundamenta en bases tecnológicas (a su vez, informadas, o dependientes, de la ciencia), pero también en la sociología, la geografía o la estética, todo al servicio de las personas que son los destinatarios últimos de las construcciones que producen los arquitectos”. Verdad de Perogrullo, pero verdad. Tan fácil de olvidar. Tan olvidada a veces.
Con un pie en el arte y otro en la técnica, la arquitectura se mueve con frecuencia al ritmo que marca el péndulo de la economía. En tiempos de bonanza triunfa la cirugía estética. En tiempos de crisis, la medicina familiar. Cuando pase la fiebre veremos si hemos aprendido algo en este obligatorio viaje por el túnel de la ética y la psicología. Comprobaremos también si la luz al final de ese túnel es la del centro de salud o la de la corporación dermoestética. O la del equilibrio. En la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad. Etcétera.

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